
Morir un poco
Marcelo Morales Cortés (Santiago, 1981). Periodista, investigador de cine chileno, creador de Cinechile.cl y actual director de la Cineteca Nacional de Chile.
Me interesa hacer algo distinto, siempre distinto. Un cine de expresión y pensante. Algo así como un diálogo entre nosotros mismos o un análisis de nuestra realidad. Buscar un lenguaje propio en colaboración con todos los artistas chilenos (actores, escritores, técnicos). Morir un poco es para mí un camino para profundizar aún más en mi labor futura
— Álvaro Covacevich, 1967
De la mano de Sergio Bravo y del sacerdote Rafael Sánchez en la Universidad de Chile, junto con la dupla independiente de Nieves Yankovich y Jorge Di Lauro, hacia fines de la década de los cincuenta, el cine chileno estaba examinando su historia y buscando nuevas formas. Influenciados por las nuevas olas europeas, junto a una nueva generación de artistas e intelectuales (Violeta Parra como la cumbre de esto), surge una conciencia de levantar desde el cine una estética revolucionaria con los pocos recursos técnicos disponibles. Imágenes que fueran coherentes con la realidad de un país desigual, pero que se sostenía por una cultura popular que tenía imágenes, sonoridades e identidades particulares. Con todo esto, estaba la posibilidad de levantar un auténtico cine nacional.
Aparecieron por entonces obras fundamentales: Mimbre (1957, Bravo), Las callampas (1958, Sánchez) y Andacollo (1958, Yankovic-Di Lauro). Pero sus alcances eran mínimos. Al ser cortometrajes producidos en 16mm, sus exhibiciones se acotaban a pequeños espacios académicos o a esporádicos encuentros cinematográficos. En este panorama emergió Morir un poco en 1966. Su director, Alvaro Covacevich, fraguó una ambición artística y formal que imaginaba desde sus labores anclados en la arquitectura y el paisajismo, en donde ya se había hecho un nombre, diseñando, entre otros, el Parque Juan XXIII en la comuna de Ñuñoa en Santiago. Pero para él era el cine la plataforma en donde soñaba expresarse.
Fue así que en un contexto donde invertir en cine era ir a pérdida, construyó una película en torno a un dispositivo amplísimo y ambicioso: un hombre común. Un hombre encarnado en Luis Oliva, un obrero que Covacevich descubrió, junto con su camarógrafo Luis Oliva, simplemente mirando a la multitud que bajaba del tren en la estación de un balneario local. En el filme Oliva recorre Santiago, Valparaíso, Viña del Mar y Cartagena, como si fueran un mismo lugar, unidos por un preciso montaje espacial, el que además pone a Oliva como observador de un mundo de opuestos. Uno donde todo lo que se enmarca como bello está, a su vez, lejos de estos “comunes”, que no son más que los marginados, los pobres, los que nunca antes habían sido filmados en primer plano.
Con todo esto, Morir un poco es engañosamente simple, dado que no cuenta con ningún diálogo y con una puesta en escena que a veces es muy transparente con el mensaje que quiere instalar. Pero el desparpajo y la honestidad de imágenes conscientes de su necesidad le daban la razón a Covacevich. Sus efectos fueron inéditos para el cine chileno de entonces: fue descubierta por el Festival de Berlín que la exhibió no con poco interés en 1966 y, luego, se convirtió en un insólito suceso de público en su estreno en Santiago en marzo de 1967, llevando más de 200 mil espectadores. Es más, el disco 45 pulgadas que se editó, que contenía la música que el mismo Covacevich compuso, interpretada por Nano Vicencio y Los Larks, recaudó quizás más que la misma película. Fue un hito cultural.
La memoria corta chilena hizo que el filme fuera quedándose debajo de la mesa del llamado Nuevo cine chileno, cuando de hecho Morir un poco parece ser el punto de partida al ser el primer filme de este tipo que se vinculó en grande con los públicos. Por lo general se habla más de otros portentos como Largo viaje (Kaulen, 1967), Tres tristes tigres (Ruiz, 1968), El chacal de Nahueltoro (Littin, 1969) y Valparaíso mi amor (Francia, 1969). Jugó en su contra la poca disponibilidad que la película comenzó a tener con los años: no hubo copias, por lo tanto, pocas posibilidades de reposicionarla. Junto con eso, pesó también que Covacevich en su exilio en México dejó de producir filmes relevantes. Así por muchos años, Morir un poco no fue considerado el filme precursor que es y Covacevich como uno de los visionarios e impulsores de ese momento único del cine chileno.
Tras años de búsquedas y conversaciones con Álvaro Covacevich, los negativos fueron encontrados en Europa por el cineasta, siendo luego enviados desde Ciudad de México a Santiago para iniciar una restauración digital en formato 4K que culminó en 2023. Esta versión restaurada le devuelve y aclara su intención formalmente modernista, sus lúcidas apreciaciones sociales y, sobre todo, su lugar en la memoria fílmica chilena. Que su música vuelva a ser tarareada por el público que sale hoy de la sala, que esas imágenes no sólo nos posicionan en las bellezas y miserias de los sesenta sino que nos empujan a pensar el presente demuestran el peso de Morir un poco.
Referencias
Publicaciones y libros asociados:
Cortínez, V. & Engelbert, M. (2014). Evolución en libertad. El cine chileno de fines de los sesenta. Santiago, Chile: Cuarto Propio.
Ecran (26 de abril de 1966). «Morir un poco», film chileno a Berlín. Revista Ecran (1838).
Omar Ramírez (23 de mayo de 1967). ¿Renace el cine chileno? Responde Alvaro Covacevich. Revista Ecran (1894).
Otros enlaces:
Sitio web Cinechile: https://cinechile.cl/pelicula/morir-un-poco/
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