Edificio de la UNCTAD III

Miguel Lawner. Premio Nacional de Arquitectura, fue direc­tor eje­cu­ti­vo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) en el Gobierno de Salvador Allende, aca­dé­mi­co en uni­ver­si­da­des chi­le­nas y del extran­je­ro.

Ciudad: Santiago de Chile
Productor: CORMU
Personas Vinculadas: Miguel Lawner, Sergio González Espinoza, Juan Echenique, José Covacevich, José Medina Rivaud, Hugo Gaggero, Eduardo Martínez Bonati, Samuel Román, Salvador Allende.
Ubicación: Archivo Gam
País: Chile
Año: 1972

Desde el mes de junio del pre­sen­te año, pro­fe­sio­na­les, téc­ni­cos y obre­ros chi­le­nos han apor­ta­do lo mejor de sí mis­mos para levan­tar la obra monu­men­tal de estos edi­fi­cios. Ustedes han com­pren­di­do el sig­ni­fi­ca­do tras­cen­den­tal de esta obra. Hace algu­nos meses, esto era sólo un sitio bal­dío. Hoy empie­za a ser la reali­dad que ini­cial­men­te nos pro­pu­si­mos. Por ello, estos tije­ra­les me per­mi­ten, aso­cián­do­me a la ale­gría que nos embar­ga, rati­fi­car en uste­des mi pro­fun­da fe en los tra­ba­ja­do­res chi­le­nos. Reciban el reco­no­ci­mien­to de su Compañero Presidente

Salvador Allende, 1972

Pocos edi­fi­cios en nues­tra his­to­ria han sido tan polé­mi­cos como éste, que comen­zó lla­mán­do­se UNCTAD III, dado que su des­tino ini­cial era aco­ger la Tercera Asamblea Mundial de Naciones Unidas, dedi­ca­da a deba­tir los pro­ble­mas deri­va­dos del inter­cam­bio comer­cial. Una vez con­clui­da esta reu­nión en Julio de 1972, el edi­fi­cio ini­ció sus acti­vi­da­des como Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, deno­mi­na­ción que con­ser­vó sólo por un año, ya que la Junta Militar se apro­pió del inmue­ble des­pués del golpe en 1973, con­vir­tién­do­lo en la sede de gobierno y cam­bian­do su nom­bre por el de Diego Portales, que con­ser­vó duran­te 34 años. En 2007, fue con­vo­ca­do el con­cur­so de arqui­tec­tu­ra para la reha­bi­li­ta­ción del inmue­ble, y con este moti­vo, la pre­si­den­ta Michelle Bachelet, deci­dió res­ta­ble­cer la voca­ción cul­tu­ral del edi­fi­cio y tam­bién el nom­bre de nues­tra insig­ne Premio Nobel.

No habien­do tiem­po para lla­mar a un con­cur­so de arqui­tec­tu­ra, en 1971 se encar­gó el pro­yec­to a un equi­po de 5 pro­fe­sio­na­les esco­gi­dos entre las ofi­ci­nas más impor­tan­tes de la época. Así fue como asu­mie­ron esta deli­ca­da res­pon­sa­bi­li­dad, los cole­gas Sergio González Espinoza, Juan Echenique, José Covacevich, José Medina Rivaud, todos falle­ci­dos y Hugo Gaggero. La obra de estos arqui­tec­tos asom­bró a los dele­ga­dos extran­je­ros asis­ten­tes a la Conferencia Mundial y mere­ció un reco­no­ci­mien­to espe­cial del pre­si­den­te del Colegio de Arquitectos de Chile. 

El pro­yec­to y la cons­truc­ción de este inmue­ble cons­ti­tu­ye una de las proezas más des­ta­ca­das en la his­to­ria de la arqui­tec­tu­ra chi­le­na, y sólo puede enten­der­se como con­se­cuen­cia del entu­sias­mo y del alto espí­ri­tu soli­da­rio y crea­ti­vo, gene­ra­do por el pro­ce­so social que tenía lugar en Chile a par­tir de la vic­to­ria de Salvador Allende.

Arquitectos, artis­tas, arte­sa­nos, téc­ni­cos, empre­sas cons­truc­to­ras y sub­con­tra­tis­tas, capa­ta­ces, obre­ros, pro­vee­do­res y trans­por­tis­tas no cono­cie­ron pausa hasta cum­plir en 275 días una meta incon­ce­bi­ble hoy día, aún con el inmen­so desa­rro­llo de nue­vos recur­sos tec­no­ló­gi­cos. Los pro­fe­sio­na­les invo­lu­cra­dos, tra­ba­ja­ron día y noche por un modes­to suel­do men­sual, entre­gan­do en ese lapso un inmue­ble total­men­te equi­pa­do con su mobi­lia­rio y dota­do de com­ple­jos ser­vi­cios de tra­duc­ción simul­tá­nea, de ilu­mi­na­ción, cli­ma­ti­za­ción y cale­fac­ción. Dejando ató­ni­tos a los 3.000 dele­ga­dos pro­ve­nien­tes de los 140 paí­ses que con­cu­rrie­ron a la Asamblea de la UNCTAD. Además del exiguo plazo dis­po­ni­ble para la eje­cu­ción de las fae­nas, otro desa­fío no menor para los arqui­tec­tos, era desa­rro­llar un pro­yec­to apto para con­te­ner tran­si­to­ria­men­te una Asamblea Mundial, pero cuyo des­tino defi­ni­ti­vo era ser­vir como el gran Centro Cultural de Santiago. 

Se optó por levan­tar a la bre­ve­dad una super­es­truc­tu­ra cons­ti­tui­da por esas gran­des colum­nas de hor­mi­gón, que otor­ga­ron su iden­ti­dad al edi­fi­cio, dis­pues­tas para reci­bir la techum­bre en forma de una placa metá­li­ca. Una suer­te de gran para­guas, no com­pro­me­tien­do el dise­ño de los espa­cios inte­rio­res cuyo deta­lle se igno­ra­ba, ya que el pro­gra­ma de nece­si­da­des, se fue con­fi­gu­ran­do a medi­da que avan­za­ba la obra. El edi­fi­cio se con­ci­bió trans­pa­ren­te, con amplios ven­ta­na­les abier­tos hacia la Alameda, y como un puen­te entre el Parque San Borja y el Parque Forestal, ya que se cir­cu­la­ba libre­men­te a tra­vés de él, des­pro­vis­to de cie­rros o rejas que obs­ta­cu­li­za­ran el trán­si­to pea­to­nal.

Una vez con­clui­da la reu­nión de Naciones Unidas, desde media­dos de 1972 hasta el golpe mili­tar, el edi­fi­cio fun­cio­nó como Centro Cultural Gabriela Mistral, gene­ran­do un atrac­ti­vo popu­lar impre­sio­nan­te. Las gran­des salas eran soli­ci­ta­das por agru­pa­cio­nes artís­ti­cas con­sa­gra­das o afi­cio­na­das y se mul­ti­pli­ca­ron las expo­si­cio­nes de todo orden, asam­bleas cul­tu­ra­les, socia­les o polí­ti­cas, con­fe­ren­cias y semi­na­rios, exhi­bi­cio­nes de cine y repre­sen­ta­cio­nes tea­tra­les, dando vida a una explo­sión cul­tu­ral iné­di­ta en Chile. 

Además, se habi­li­ta­ron en el Hall de acce­so, espa­cios para ofi­ci­nas ban­ca­rias, de correo, de turis­mo, libre­rías y kios­cos de venta de perió­di­cos y sou­ve­nir. Sin embar­go, el gan­cho más atrac­ti­vo fue el casino, recin­to que retie­ne en su memo­ria el ima­gi­na­rio colec­ti­vo nacio­nal, y que se cons­ti­tu­yó en el prin­ci­pal esta­ble­ci­mien­to de auto­ser­vi­cio de la capi­tal, lle­gan­do a ser­vir 5.000 racio­nes dia­rias de almuer­zo, con un menú varia­do, eco­nó­mi­co y de alta cali­dad. 

El patio pos­te­rior adya­cen­te a calle Villavicencio, expan­sión natu­ral de la cafe­te­ría, con­gre­ga­ba a toda hora la actua­ción espon­tá­nea de gru­pos musi­ca­les infor­ma­les, paya­do­res, reci­ta­do­res o mala­ba­ris­tas. Pocas veces puede afir­mar­se con más pro­pie­dad, que el pue­blo hizo suyo este edi­fi­cio, hacien­do reali­dad el pro­pó­si­to mani­fes­ta­do por el pre­si­den­te Allende, y rati­fi­ca­do en la Ley que otor­gó finan­cia­mien­to a las obras, en el sen­ti­do de poner la cul­tu­ra al alcan­ce popu­lar. 

El inmue­ble logró una inte­gra­ción del arte y la arqui­tec­tu­ra como nunca antes ni des­pués se ha cono­ci­do en Chile. Los artis­tas no se limi­ta­ron a col­gar sus telas, sino que par­ti­ci­pa­ron desde el comien­zo en el dise­ño de puer­tas y lám­pa­ras, en el deta­lle de reves­ti­mien­tos de muros y pavi­men­tos, en la cla­ra­bo­ya del atrio del acce­so prin­ci­pal, en la extrac­ción de los gases de la coci­na, o en los tira­do­res de las puer­tas. También arte­sa­nos mim­bre­ros y bor­da­do­ras de tapi­ces, se inte­gra­ron a esta explo­sión crea­ti­va, que dio luz a un con­jun­to de una belle­za des­lum­bran­te. Al pin­tor Eduardo Martínez Bonati, le soli­ci­ta­mos que asu­mie­ra como coor­di­na­dor de la inte­gra­ción del arte y arqui­tec­tu­ra, res­pon­sa­bi­li­dad que asu­mió con gran cri­te­rio y res­pon­sa­bi­li­dad. 

En defi­ni­ti­va, se trató de una obra colec­ti­va mul­ti­fa­cé­ti­ca. Cuando llegó el momen­to de colo­car la placa recor­da­to­ria de los auto­res del pro­yec­to, con­clui­mos que era tal la can­ti­dad de nom­bres nece­sa­rios de citar, que resol­vi­mos no men­cio­nar nin­guno y encar­ga­mos enton­ces al escul­tor Samuel Román la eje­cu­ción de una placa en pie­dra gra­ni­to, donde se estam­pó el siguien­te texto: “Este edi­fi­cio refle­ja el espí­ri­tu de tra­ba­jo, la capa­ci­dad crea­do­ra y el esfuer­zo del pue­blo de Chile, repre­sen­ta­do por sus obre­ros, sus téc­ni­cos, sus artis­tas y sus pro­fe­sio­na­les. Fue cons­trui­do en 275 días y ter­mi­na­do el 3 de abril de 1972 duran­te el gobierno popu­lar del com­pa­ñe­ro Presidente de la República Salvador Allende”. 

Esta her­mo­sa obra de arte, eje­cu­ta­da por un Premio Nacional de Arte, fue des­trui­da por los mili­ta­res. A raíz del golpe, la Junta Militar ocupó el inmue­ble como casa de gobierno, aca­ban­do de una plu­ma­da con su inten­sa vida cul­tu­ral. Se inter­vino radi­cal­men­te la arqui­tec­tu­ra, levan­tan­do her­mé­ti­cos muros de ladri­llo donde antes lucían amplios ven­ta­na­les, se blin­da­ron los pisos supe­rio­res, y se enre­jó todo el con­jun­to. Desaparecieron la mayo­ría de las obras de arte y otras fue­ron sim­ple­men­te des­trui­das.

Libros y publicaciones asociados:

Elke Schlack & Paulina Varas (2022). UNCTAD III: Un com­pro­mi­so colec­ti­vo. En: Ricardo Greene (Ed.) Lawner, Talca, Chile: Editorial Bifurcaciones

Maulén, David (2011). «Una tra­yec­to­ria excep­cio­nal: Integración cívi­ca y dise­ño colec­ti­vo en el edi­fi­cio UNCTAD III». Santiago de Chile. ARQ (Santiago), (92), 68–79.

Maulén, David. (2016). Una tra­yec­to­ria excep­cio­nal: Integración cívi­ca y dise­ño colec­ti­vo en el edi­fi­cio UNCTAD III (1). ARQ (Santiago), (92), 68–79. https://dx.doi.org/10.4067/S0717-69962016000100008

Montealegre, Sofía (2023). Capas de memo­ria: El Centro Cultural Gabriela Mistral como palim­pses­to arqui­tec­tó­ni­co. Santiago, Chile: Local Ediciones.

Santa Cruz, Y., & Salgado, X. (2022). Edificio UNCTAD III: Construcción y con­so­li­da­ción de un espa­cio cul­tu­ral y de socia­bi­li­dad popu­lar (1972–1973). Revista Austral De Ciencias Sociales, (42), 129–143. https://doi.org/10.4206/rev.austral.cienc.soc.2022.n42-07

Varas, P., & Llano, J. (Eds.). (2011). 275 días: Sitio, tiem­po, con­tex­to y afec­cio­nes espe­cí­fi­cas. Proyecto cura­to­rial Sitio, Tiempo, Contexto y Afecciones Específicas para el Centro Cultural Gabriela Mistral. Santiago, Chile: Centro Cultural Gabriela Mistral.

Otros víncu­los: 

“Escape de gas”, docu­men­tal de Bruno Salas
https://miradoc.cl/escapes-de-gas/

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