
Brasilia
Francisca Márquez, Antropóloga y Doctora en Antropología, UCL, Profesora titular de la Universidad Alberto Hurtado, Chile.
Alexis Cortés, Sociólogo y Doctor en Sociología, Profesor adjunto de la Universidad Alberto Hurtado, Chile.
Agradecimientos: Esta entrada fue posible gracias al proyecto FONDECYT 1120529
Hacer una ciudad en las condiciones de Brasilia, partiendo de la nada, a mil kilómetros de distancia del litoral, es, por así decir, un ensayo de utopía. (…). Nuestra época es la época en que la utopía se transforma en Plano, y es principalmente ahí que se encuentra la más alta actividad creadora del hombre: la de la planificación.
— Mario Pedrosa, 2007
Blocos, eixos, / quadras / senhores, esta cidade/ é uma aula de geometría.
— Nicolás Behr, 2012.
“Capital de la esperanza”, así bautizó André Malraux a la nueva ciudad que en 1960 se erigía en el centro de Brasil como nuevo centro político, materializando una antigua aspiración brasileña de interiorizar el poder. Dejar de mirar el mar, por donde llegaron los portugueses, para mirarse a sí mismos, llenando un supuesto vacío que impedía la realización del proyecto nacional. Brasilia, ciudad planificada y única, en tanto conjunción de utopía modernista, corona el proyecto geopolítico de la nacionalidad integracionista en gestación desde el siglo XIX. Para John Dos Passos, Brasilia era “Pompeya al contrario”, o sea, no el pasado petrificado, sino el futuro en concreto armado.
La razón del emplazamiento fue tan mítica como estratégica. Mítica, porque se asumió como el cumplimiento de una profecía anunciada en un sueño de Don Bosco que señalaba entre los paralelos 15° y 20°, una tierra prometida pletórica que daría paso a una gran civilización. Estratégica, no solo por su asociación a la idea de un Brasil independiente verbalizada ya en la conspiración que da origen al mito nacional (la “inconfidência mineira”), sino también porque se situaba en un cruce que permitiría la interconexión interna, irradiando y aproximando territorios aislados.
Brasilia es un monumento al desarrollismo brasileño. La realización arquitectónica y urbanística de su proyecto de modernidad. La ciudad tomó forma de la mano de Lucio Costa, planificador socialista, Oscar Niemeyer, arquitecto comunista, y sesenta mil candangos o trabajadores rurales venidos del noreste del país, bajo el liderazgo del presidente Juscelino Kubitschek (1956 – 1961).
Kubitschek la definió como la meta-síntesis de su plan de gobierno que buscaba acelerar el país cincuenta años en cinco. Su construcción era coherente con el mandato de recuperar el tiempo perdido de las naciones pobres frente a las ricas. Fue construida en menos de 4 años, enmarcándose como un paso decisivo desde el subdesarrollo y el colonialismo, al desarrollo y la independencia. En sus palabras: “Brasilia no podía y no debía ser una ciudad como las otras que existen en el mundo, pues debía constituir la base de irradiación de un sistema explorador que habría de traer, para la civilización, un universo no revelado; tendría que ser forzosamente una metrópoli con características diferentes que ignorase la realidad contemporánea y se orientase, con todos sus elementos constitutivos, hacia el futuro”. Su ideación suponía un contraste, por tanto, entre la urbanización caótica del pasado y la confluencia entre utopía y forma que se esperaba imprimir en la nueva capital. “Un paso del ayer al mañana”, según Aldous Huxley.
Lúcio Costa elaboró el Plan Piloto de Brasilia como proyecto político-económico que se dibuja sobre la sabana del Brasil central como un gran vacío del hinterland: la señal de la cruz que se curva y forma los ejes cruzados –el Monumental y el Rodoviario–, los sectores centrales, las super-quadras, las áreas monumentales, los comercios y las habitaciones. Las escalas que dan forma a esta concepción urbana y utópica de la ciudad son cuatro: la monumental, la residencial, la gregaria y la bucólica. La sectorización y la escala modulor determinaron el aspecto de Brasilia y fueron diseñadas como escalas transversales a la morfología y al modo de vivir. La célula mater del Plan es la unidade de vizinhança, que expresa la función habitacional y la intención programática de socialización en los amplios espacios públicos al nivel del suelo.
Oscar Niemeyer fue el encargado de imprimirle el carácter monumental a la nueva capital. El arquitecto llevó hasta las últimas consecuencias la “antropofagia” modernista brasileña, subvirtiendo los principios del modernismo arquitectónico, rebelándose contra el ángulo recto para privilegiar las curvas y priorizando la belleza por sobre la función. Para él, no había frontera entre arte y arquitectura, por lo que pensó el conjunto de edificaciones como un museo a cielo abierto. En su concepción arquitectónica de los palacios –Planalto, Alvorada, Buriti, Jaburu y Itamarati– y la blanca catedral, el arquitecto llegó a una composición espectacular, a través de la simplicidad y la imponencia de las formas exteriores. Son los atributos de las grandes obras estatales y monumentales con los que el Movimiento Moderno se consolida en Brasil desde los años treinta. A través de la técnica de la armadura de concreto, se confiere a la arquitectura, el volumen, el juego y la sinuosidad que permite la expresión de la densidad y la transparencia de la curva. Según el propio Niemeyer: “Como para nosotros, la arquitectura es invención, los que visiten Brasilia les puede gustar o no sus palacios, pero nunca podrán decir que vieron antes cosa parecida”. Esa imaginación desbocada en su diseño llevó a que Yuri Gagarin, el célebre cosmonauta soviético, le confesara al Presidente Kubitschek, al conocer la capital, que “se sentía desembarcando en otro planeta”.
Más de cincuenta años después desde su inauguración, Brasilia sintetiza políticamente las contradicciones de una nación aún en construcción: la segregación y la desigualdad social siguen caracterizando al conjunto de la sociedad brasileña. Para Lúcio Costa: “Brasilia es, por lo tanto, una síntesis de Brasil con sus aspectos positivos y negativos, pero también testimonio de una fuerza viva latente”. Y, aunque el urbanista esperaba que la nueva capital fuera “diferente” respecto de las demás ciudades, ella ha tomado distancia de la utopía original. Transformada en Patrimonio Mundial en 1987, un cordón de pobreza la rodea, volviéndose vulnerable a los grandes intereses de la especulación inmobiliaria. El gran proyecto utópico corre el peligro de volverse no más que una ruina. Las evidencias de colonización de la tierra urbana y los espacios residenciales por las finanzas globales, transforman progresivamente a Brasilia –patrimonio de la humanidad– en un lugar de extracción de renta.
Tal como ha señalado Adrian Gorelik, el vínculo de la vanguardia con el Estado intervencionista postcrisis de 1930 y con el Estado desarrollista de los años cincuenta, consolida en Brasilia –y también en Latinoamérica– a la arquitectura moderna como una vía para la construcción de una cultura, una sociedad y una economía nacional.
Referencias
Libros y publicaciones asociadas:
Corbisier, R. (1960). Brasília e o desenvolvimento nacional. ISEB.
Cortés, A. (2019). Brasília, utópica y monumental: Disputas patrimoniales. En F. Márquez (Ed.), Patrimonio: Contranarrativas urbanas (pp. 271–310). Santiago, Universidad Alberto Hurtado.
Costa Couto, R. (2010). Brasília Kubitschek de Oliveira. Río de Janeiro, Brasil: Record.
Costa, L. (2018). Registro de uma vivência (3ª ed.). São Paulo, Brasil: Editora 34.
Kubitschek, J. (1975). Por que construí Brasília. Río de Janeiro, Brasil: Bloch.
Leme Galvão, J. (2019). Brasília es un jardín. En F. Márquez (Ed.), Patrimonio: Contranarrativas urbanas (pp. 263–269). Santiago, Chile: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
Lins Ribeiro, G. (2006). El capital de la esperanza: La experiencia de los trabajadores en la construcción de Brasilia. São Paulo, Brasil: Ediciones Antropofagia.
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